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Paul McCartney y su inmenso espíritu de comunión

Rodrigo Farías Bárcenas/ Colaborador Subterráneos



Ciudad de México a 4 de octubre de 22. A fines de enero de 1979, cuando el papa Juan Pablo II vino a México por primera vez, me sentí atraído por el deseo de mezclarme entre la multitud que fue a recibirlo al Zócalo del otrora Distrito Federal, como preámbulo de la misa que daría en la Catedral Metropolitana. Así que fui, con el simple afán de experimentar y no como creyente.


Reconozco que la distancia de observador que quise poner de por medio de poco sirvió. Al ver pasar el transporte que llevaba al pontífice ─a pocos metros de donde yo me ubicaba, a la altura de la avenida 5 de Mayo─ me causó gran impacto el fervor religioso con el que la gente correspondía a su carisma. Gritos, cantos, porras, llanto… No importaba tanto la forma de esa manifestación como la incontenible emotividad con que se expresaba.


Era la primera vez que se daba en nuestro país un fenómeno masivo de esa naturaleza, y creo que es difícil que a la fecha haya ocurrido algo similar. Años después, asocié este hecho con otro en el que encontré ciertos paralelismos en cuanto al intenso poder aglutinador que tienen las personalidades carismáticas, y del fervor emotivo que provocan. Ocurrió cuando Paul McCartney tocó por primera vez en lo que hoy es el Foro Sol, el 25 y el 27 de noviembre de 1993. Que el papa se llame Juan Pablo y el músico Paul (Pablo en inglés) es pura coincidencia.


Recordemos que para ese entonces apenas habían transcurrido dos años desde que el gobierno salinista diera su anuencia para la celebración de conciertos masivos, eran una novedad en la Ciudad de México, con gran demanda. Yo ya había asistido a varios conciertos de ese periodo, como los de Santana, Bob Dylan, Los Lobos, Madonna, Paul Simon, ZZ Top y Peter Gabriel, pero en ninguno de ellos percibí el alto nivel de adoración religiosa que tuvieron los de Paul. No hay mejores palabras para describir un acontecimiento como éste que no sean las expresadas por Octavio Paz en una entrevista: “La afición al rock representa la nostalgia por lo sagrado”.


Conviene que me explaye un poco en la descripción del contexto que originó esa reflexión del poeta, para captar más a fondo su sentido. El 25 de agosto de 1985, el fallecido escritor Roberto Vallarino, entonces jefe de la sección cultural del diario unomásuno, sostuvo una conversación con Octavio Paz en la que entrelazaron temas diversos: poesía, política, historia de México, y dentro de ésta, el nacionalismo, entre otros. La entrevista se publicó en dicho diario en seis partes, entre el 7 y el 12 de septiembre de ese año.


En un momento dado, Vallarino comenta que “en nombre de un nacionalismo absurdo, las autoridades reprimen desde hace varios años las manifestaciones del rock”. Tomemos en cuenta, insisto, que en esa época los conciertos masivos estaban tácitamente prohibidos en la Ciudad de México, de ahí el comentario.


En su respuesta, Paz nos ofrece una reflexión sobre el rock que tiene la gran virtud de haber llegado a lo esencial, como solía él hacerlo cuando hablaba de cualquier tema que resultaba de su interés. El suyo es un intento de comprensión, tan breve como lúcido, que destaca en medio del desdén con el cual trataron al rock otros intelectuales mexicanos. Por citar tres casos notables, estaban en contra del rock la escritora Margarita Michelena y los escritores Ricardo Garibay y José de la Colina.


En cambio, Octavio Paz pensaba que: “El rock es un fenómeno pararreligioso que combina la comunión colectiva con el frenesí orgiástico, como en la antigüedad y en ciertas fiestas colectivas de regiones apartadas. Son ceremonias que vienen del paganismo y que ni la moral cristiana ni la moral racionalista moderna han logrado extirpar. Los rituales cristianos han eliminado casi enteramente la naturaleza pánica, en el sentido original de la palabra, de las antiguas fiestas religiosas del paganismo. En cuanto a esos rituales modernos que son las reuniones políticas, lo mismo las oficiales que las de los grupos revolucionarios, es mejor no hablar. Son caricaturas de los verdaderos rituales. Los jóvenes de hoy, perdidos en nuestras enormes ciudades, sin lazos con sus tradiciones, se reúnen en fiestas medio orgiásticas y medio religiosas del rock. La afición al rock representa la nostalgia de lo sagrado. No creo que se pueda reprimir con medios policiacos. Es absurdo. El culto al rock denuncia una carencia terrible de las sociedades modernas: nos hace falta otra liturgia”.


A pesar del elevado nivel de abstracción que tienen los conceptos de Octavio Paz, encuentro que sí le dan un sentido específico a la experiencia cuasi religiosa vivida con Paul McCartney en el Autódromo Hermanos Rodríguez, con aquellos conciertos que formaron parte de The New World Tour. Es obvio que ambos se encuentran entre los más trascendentes que han tenido lugar en nuestro país, por lo que representa Paul para la cultura del mundo como uno de los compositores más influyentes, siendo parte de The Beatles, a su vez la agrupación musical más trascendente, y como solista; y porque fue el primer integrante del cuarteto en presentarse en México, con una gira cuyo nombre sintetiza la experiencia que implican sus conciertos: el anhelo de un mundo nuevo.


La postura pacifista de The Beatles concentra ese deseo desde la segunda mitad del siglo XX. Y Paul McCartney la ha prolongado hasta lo que va del XXI. A sus 80 años, cumplidos el 18 de junio de 2022, el espíritu de comunión que él genera sigue siendo incomparable, inmenso, donde quiera que se presenta.

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