María Villatoro/Subterráneos
Puebla, Puebla. 13 de Enero de 2022. Me encuentro con un atardecer que promete una noche estrellada. Al centro un pez dorado que echa humo desde un par de escapes recordándome aquellos paisajes industriales a las afueras de las grandes urbes y, si, justo al fondo la silueta de una gran ciudad. Así en predominio color naranja aparece la portada del nuevo disco de Iván García y Los Yonkis.
Suena la primera canción y la armónica se apodera del ambiente, Iván empieza a enlistar los motivos por los cuáles uno debería acercarse y tomar la mano de sus letras para aprender del underground “donde los peluqueros son lisonjeros y las meseras el pase discreto” y volar, sólo por un rato.
Como en un híbrido entre el hombre del pandero y el flautista de Hamelin, las rolas y la música transcurren llevando los sentidos a parajes esteparios donde se antoja un buen trago y alguna buena nostalgia. Es imposible no sentirme invadida por la compañía de Bob Dylan, John Gorka y Kurt Vile, quizá por el folk aunque más por la estructura narrativa de las letras.
Llega el momento de lo que, a mi gusto, es la pieza que hace que todo encaje, la pista número cinco: Cenicero, que, desde la primera vez que escuché, me dejó incrustado en la mente aquello de “Y ¿Cómo no cambiar? Si era un esqueleto con chamarra de cuero y unas Ray Ban. Era un cenicero, el corazón que te ofrezco envuelto en el manto estelar” y no sólo por la historia que en ese par de líneas se encierra sino por la musicalidad tan contagiosa y pegadiza que, al más puro estilo de algún hit de Joaquín Sabina, es suficiente para engancharnos.
Un aspecto que me interesa recalcar, pues llama mucho mi atención, es el hecho de que la gestación de éste disco se dio previo, al inicio y en pleno auge de la pandemia desencadenada por el SARS-Cov-2. Como en un acto de premonición, Iván García, narra una especie de nostalgia ante el hecho de poder perder la belleza de la nocturnidad de desenfrenos, de excesos, de abrazos y besos libres, de no dormir estando llenos de sueños, ya sea por cuestiones tan rotundas como la enfermedad, tan naturales como la edad o tan inesperadas como la muerte. Como en un acto de premonición, Ciudad Soledad se adelantó, para después alcanzar, al océano de emociones e interrogantes en que los tiempos actuales nos hacen naufragar. Quizá porque en Ciudad Soledad, el “vampiro de la camisa texana” nos deja claro que ha vivido y pasado lo suficiente para poder pensar y cavilar en el Apocalipsis no ya con un instinto rebelde de inmortalidad, sino con una certeza inmortal de rebeldía que, aún sin permiso, permanece y nunca deja de ser. Ciudad Soledad como un paseo por paisajes post apocalípticos donde los sobrevivientes caminan sonriendo mientras recuerdan que hubo un tiempo donde todo era distinto. Ciudad Soledad como una pieza que deja testimonio de los escozores en la mente y el corazón durante éstos primeros años de “la peste” en donde las canciones son y serán oro en la grieta.
Al respecto del producto en su totalidad, se debe comentar también la notoria solidez que impregna la batería de Beto Montes, “La Perra” a manera de una metálica y brillante línea que sostiene este mantra musical y es innegable la sutileza y belleza en cada detalle con los que Carlos Iván Carrillo, el Carri, electriza y matiza cada uno de los entornos acústicos. Cada miembro tiene claro su talento y su papel que extraordinariamente derrochan buscando una sola cosa: dejar claro que Los Yonkis son hoy por hoy, una de las agrupaciones más sólidas y nítidas del rocanrol. Ésta sensatez es también otra fortaleza y punto clave para que Ciudad Soledad nos lleve, desde distintas ventanas, al tour de las tempestades desatadas por los mejores raves y acordes.
Terminaré confesando que redacto esto en los primeros días del año sintiendo una gran nostalgia por todo lo ocurrido. Son los inicios de un 2022 que trae detrás un par de años que para todos fueron un balde de agua helada en los huesos. Entre una pandemia que pareciera nunca ver el final y todas las consecuencias que la “nueva normalidad” trajo consigo, los seres humanos tuvimos que adaptarnos a estar juntos pero diseminados, cercanos pero aislados, solidarios pero sin poder darnos la mano. Hoy más que nunca me es claro que somos ciudades solitarias con una densa población de emociones y nostalgias. Somos ciudades solitarias de muros que no sabíamos tan frágiles. Somos exploradores aprendiendo a recorrer lo que sólo conocíamos gracias al mapa de la Ciudad Soledad.
(Y nadie como Iván García y Los Yonkis para ser el soundtrack del recorrido).
Es por ello que sin temor a equivocarme, la presentación de éste disco el próximo 21 de enero en el Foro Beat 803 tendrá un profundo y sentido sentimiento mezclado con la euforia de celebrar que, en voz de García, estamos vivos y “no hay mejor lugar para olvidar que estamos muertos”
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