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Escuchar a Toncho Pilatos

Rodrigo Farías Bárcenas / Colaborador Subterráneos

Fotografía de Ricardo Alcalá


Ciudad de México a 1 de noviembre de 2022. El rock se hizo parte de mi biografía cuando era niño, y siendo adolescente lo incorporé a mi vida definitivamente. Por eso pienso que escuchar rock viene a ser una experiencia primigenia, por haber aportado un fundamento a mi desarrollo personal en una época formativa por definición. Con el paso del tiempo, esa práctica se hizo cada vez más consciente, hasta convertirse en parte de mi visión del mundo y en cimiento de mi trabajo. Hablo, entonces, de una cuestión existencial, del rock como experiencia humana.


Desde que entré a la primaria en 1964, hasta que salí de la secundaria en 1972, escuché rock en forma indiscriminada, sin haberme percatado del efecto que causaba en mí. Pero si he de apuntar aquellos grupos que contribuyeron a conformar la escucha de esta música como una genuina experiencia primigenia, de los que aprendí a apreciar el rock y a comprender su código musical y social, no podría dejar de mencionar a dos: a los Kinks y, sobre todo, a Toncho Pilatos.


Resulta ser un fenómeno complejo el modo mediante el cual escuchar rock se trasformó en un aprendizaje significativo para mí, el cual empezó con la percepción de un extraño guitarreo, captado al sintonizar el radio, y prosiguió hasta convertirse en una manera de acceso al mundo real, gracias en buena parte a que empezaba a comprender forma y fondo, es decir: a integrar en la audición el sonido con el contenido literario.


Escuchar rock es un proceso que se va dando de manera progresiva, mejora poco a poco en cantidad y calidad, y es algo que ocurre en un contexto dado, relacionado con la vida familiar, escolar y social de cierta época. Aquí hago un intento por describir ese proceso en dos o tres trazos, con la intención de animar a que cada quien considere el escuchar rock como un motivo de reflexión y fuente de conocimiento personal.


Relaciono el inicio de ese trayecto primeramente con mi afición a la radio; en una época en la que la televisión aún no dominaba los gustos musicales, la radio ofrecía un panorama musical más amplio. Con este recurso tecnológico de por medio, escuchar rock representaba mi grito de independencia con respecto a la música preferida por mis abuelos o mis padres, o mis tías y tíos: las rancheras, los boleros, la tropical o la norteña. Era la música que privaba en mi ambiente familiar, por la que no tenía nada en contra, pero no la escuchaba por voluntad propia; en cambio, sí fue una decisión personal escuchar rock, era lo que más me movía.


Cuando descubrí a los Kinks, en 1968, el año en que cumplí diez, ya conocía esa clase de sonidos que producían artistas de nombres extraños, como Steppenwolf o Deep Purple, diferentes al rocanrol en español de la época, pero no me atraían gran cosa. Hasta que me topé con el inaudito rasgueo de una guitarra eléctrica distorsionada. Era el riff de “You Really Got Me” o “De veras me atrapaste”. Este descubrimiento reforzó mi confianza en seguir aquello que me atraía. Una vez ganada cierta independencia, la escucha pasó a ser un sinónimo de exploración.


Así lo hice durante varios años, descubriendo el amplio espectro musical característico del rock, como la música folk o country, blues, jazz, rock & roll o los devaneos psicodélicos y la pesadez que a tantos nos sedujo.


A principios de los años setenta, yo seguía apegado a mi aparato de radio. En la programación abundaba la presencia de excelentes grupos originarios de distintos países, principalmente de Estados Unidos e Inglaterra, cuando en 1971 irrumpieron en las ondas radiales varios grupos mexicanos cuyas canciones eran programadas junto con las de los grupos extranjeros, algo que apenas podía creerse porque en la radio no había presencia del rock mexicano.


Como producto de esa camada de grupos nacionales, y también como parte de la inercia radiofónica consecuencia del Festival de Avándaro, en 1974 escuché en Radio Éxitos una canción que nada tenía que ver con la programación usual de bandas nacionales o extranjeras. Me pareció asombrosa, enigmática, intrigante. Era “Kukulkán”, de Toncho Pilatos, sencillo que procedía de su primer elepé, publicado en 1973. A partir de ese (que para mí fue todo un) acontecimiento, es un grupo vital, como si lo llevara en la sangre. Para más señas, proviene de Analco, un barrio proletario de Guadalajara.


La visión del rock que tenía Toncho Pilatos es una herencia cultural incomprendida, simple y sencillamente porque no ha sido bien escuchada. Para entender su valor y trascendencia es necesario escudriñarla con dedicada atención. La evocación ancestral, una de las características distintivas de sus composiciones, no acaba de ser asimilada ─en México y más allá de sus fronteras─ a medio siglo de haber sido planteada.


Yo mismo no dejo de sorprenderme cada vez que escucho su música, equivalente de un estremecedor viaje a través del tiempo, en el que es difícil discernir el pasado del futuro. Hay en ella un componente evocativo que sólo es posible captar con una disposición igualmente evocativa, como la que se necesita para tomar parte en un ritual. Escuchar a Toncho Pilatos es evocar, equivale a traer algo a la memoria.


Nótese que una cosa es escuchar el rock como un supuesto lenguaje universal, como un sonido abstraído del tejido social en el que vivimos los mexicanos, ejecutado por grupos nacionales o extranjeros, y otra escucharlo como un lenguaje universal real, pero concreto, con un trasfondo histórico, contextualizado en un territorio determinado, expresado con referentes que nos son comunes, en el barrio, en la ciudad, en el país. A eso nos invita la evocativa música de Toncho Pilatos: a escucharnos a nosotros mismos como comunidad, a reflexionar, postura antiautoritaria por excelencia.


Alfonso Guerrero Sánchez fue un músico visionario, compositor, cantante, multiinstrumentalista, director artístico y productor. Fue el fundador de Toncho Pilatos, banda de gran trascendencia en el rock. No en el “rock mexicano”, no en el “rock en español”, no en el “rock latino”. Del rock como tal.


El muchacho de dieciséis años que yo era al conocer a los tapatíos, no podía permanecer indiferente ante una música con tan prístina identidad, en un momento en el que estaba definiendo la propia.


Hoy más que nunca, en una época de mi vida en la que intento comprender mi biografía ─cómo he llegado a ser lo que soy y quiénes han tenido que ver en ello─ me interesa descifrar la impronta que dejaron en mí dos grupos que están relacionados entre sí. Los Kinks, siendo uno de los que más han influido a otros en el mundo, también fueron un modelo para los de Toncho Pilatos, al grado de que interpretaban su música en el escenario. En la actualidad, ambos grupos son referentes generacionales. Los dos son una parte esencial de mi experiencia primigenia con el rock, a partir de un acto que motiva la comunicación: la escucha consciente.




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